viernes, 13 de septiembre de 2013

LA CHICA DE LAS SANDALIAS ROJAS




Abrió lo ojos, y como cada mañana dirigió su mirada a la ventana que tenía enfrente desde donde podía divisar aquel cielo ceniza, estaba amaneciendo, no había suficiente luz y a veces resultaba engañoso aventurar la apariencia del día;  giró su cabeza hacia el reloj de la mesilla que tenía a la derecha -las siete y cinco-  farfulló mientras volvía a dirigir su mirada a la ventana.

Ya desperezado saltó de la cama,  y casi como un autómata se dirigió a la cocina sirviéndose como cada mañana un café frío de la nevera y salió a la terraza. Durante los meses de verano le gustaba así, no muy fuerte y mezclado con leche; lo tomaba siempre en una taza grande, alargada y estampada con unas florecitas verdes, cuyo aspecto resultaba bastante cursi, pero que a él le resultaba entrañable. Ya había amanecido y el cielo se presentaba definitivamente nublado con algún claro en el horizonte; el rugido de agitación, y la brisa que sacudía las hojas del granado que tenía a su lado, hacía patente la cercanía del mar.

El día anterior había decidido subir a aquella montaña, que aunque evidentemente formaba parte de la naturaleza, la sentía íntimamente suya. Ya había subido  en varias ocasiones y siempre le sorprendía su majestuosidad, sentía respeto y veneración hacia ella. No hizo caso de las nubes, y apurando el café se dispuso ha preparar la mochila; llevaría poca cosa. Una bolsa de nueces, otra de almendras, una botella de agua congelada y algo de fruta, sería suficiente para acudir a esa cita de simbiosis y felicidad que le proporcionaba el contacto con la naturaleza.

Aparcó el coche en aquel pequeño pueblo situado privilegiadamente en la falda de la montaña, era un pueblo tranquilo, no tendría más de mil habitantes, y casi parecía una maqueta o adorno blanco al lado de aquella gigantesca estructura natural- Comprobó que había cerrado bien el vehículo y se dirigió a un pequeño bar que había enfrente. El local era algo peculiar, estaba pintado de varios colores con tonos exóticos, mezcla de malvas, naranjas y amarillos, que recordaban a los utilizados por Gauguin en sus pinturas, y había también dos barras muy pequeñas, situadas en diagonal una enfrente de la otra. Siempre elegía aquel sitio para desayunar antes de iniciar la subida, y también pedía el mismo desayuno. Consistía en una larga rebanada de pan tostado cubierto por una cama de tomate crudo rallado y finas lascas de jamón serrano, acompañada de zumo de naranja y un café con leche. Tomó el desayuno con lentitud en una de las cinco mesas de la terraza  mientras miraba a la montaña; las nubes casi habían desaparecido y las que quedaban se movían ligeramente alrededor de la cima, parecía que el peligro de lluvia se había alejado.




Una vez calzadas las botas, volvió a comprobar que el coche había quedado cerrado, y se echó la mochila a la espalda iniciando el tramo de la subida que había desde el pueblo hasta el comienzo del sendero. Era un camino empinado pero bastante agradable, al principio con algunas casas en los extremos que iban desapareciendo a medida que se alejaba del pueblo, dejando paso a un extraordinario paisaje de huertas y frutales.  Así fue avanzando entre aquellos campos  de naranjos, limoneros, nísperos, olivos y también algunos almendros, le seducía observar y percibir aquellos colores y olores a cítricos y tierra que le entretenían hasta llegar al inicio de la ruta. En este punto, había una fuente natural de siete caños por donde salía agua abundante proveniente de un manantial natural que nacía en aquella montaña; servía para abastecer a las casas del pueblo, y de regadío a los campos de cultivos y frutales de aquel vergel. Bebió un poco de agua del caño mas cercano y mojándose la cara y la nuca, volvió a colgarse la mochila para iniciar ya decididamente la subida.

El camino empezaba suave y el sol asomaba aún sin fuerza, era un sendero angosto y algo serpenteante, el lecho de guijarros incrustados en la tierra le ayudaban y servían de apoyo a sus botas en la subida, a los lados, unos matorrales bajitos se superponían con olores muy agradables, una mezcla de manzanilla, tomillo y romero cuyas plantas se podían encontrar a lo largo de aquel tramo.  Era la zona de la umbría, al margen derecho del sendero siempre estaba la montaña, imponente y espectacular como un gigante inmóvil que lo dominaba todo, y detrás de ella el mar. Inició la subida sin prisas, disfrutando de aquel paisaje y perfumes, fijándose en los pequeños detalles, estaba ya en contacto con la naturaleza y el resto empezaba a carecer de importancia.



Había pasado aproximadamente una hora, el paisaje era cambiante y subía ahora por un tramo boscoso lleno de pinos bajos y algunos algarrobos, el camino se había convertido en una especie de alfombra marrón de frenos crujientes por su sequedad, que junto con algunas pequeñas piñas habían caído de los pinos. Su paso había adquirido ya cierto ritmo cuando al girar a la izquierda pasando una curva pudo percibir una especie de crujido que le alertó, alzó la mirada con rapidez hacia el horizonte y con sorpresa le pareció ver una pierna de mujer con sandalias que desaparecía con rapidez en la siguiente curva, aceleró el paso para acreditar lo que había visto, pero al doblar la curva pudo comprobar con cierta decepción que no había nadie, por un momento se quedó aturdido y absorto, juraría que había visto aquella imagen -que tontería, pensó, ¿alguien con sandalias en aquellos parajes? no era posible, nadie podría hacer esta ruta con ese calzado- Agitó levemente la cabeza como para sacudirse aquella imagen y continuó el camino

Salió de la zona boscosa y el paisaje volvió a cambiar, ahora se presentaba más árido, con algunos almendros y olivos bastante separados entre sí, también se descubrían algunas matas de moras y acebo. Paró un momento eligiendo la sombra que proporcionaba uno de aquellos almendros y se quedó contemplando el paisaje, aquella vista aparecía en esos momentos a su izquierda, era un paisaje abierto, lleno de montañas y crestas rocosas encadenadas entre sí, que con cierta imaginación, parecían formas de aquellos grandes mamíferos depredadores y legendarios del Jurásico. Descolgó la mochila y sacó la botella del agua, estaba fría pues todavía mantenía algunos trozos de hielo producto de su congelación, bebió dos sorbos cortitos y continuó la subida.




Ya había cubierto como dos tercios de la ruta cuando pasó por un gran tramo de árboles y pinos quemados, parecían caprichosas figuras fantasmales que se dibujaban en el horizonte, no era algo reciente y pensó que aquello debía ser la consecuencia de algún incendio que hubiera tenido lugar al menos 4 ó 5 años atrás, pues alrededor de esos restos aparecían tímidamente algunos brotes de aproximadamente medio metro que anunciaban nuevos árboles. Mientras contemplaba aquella escena, especulaba con la pertinaz inconsciencia de muchos seres humanos que entre una mezcla de irresponsabilidad y desconocimiento causaban aquellos irreparables daños  ¡que poco se necesita para destruir la naturaleza y que costoso es volver a recuperarla¡ y aún así, ya nunca sería lo mismo- Estaba sumido en estos pensamientos cuando pudo observar aquellas huellas, el suelo del camino ahora era terroso y con algunos resbaladizos guijarros, cualquier cosa quedaba marcada con suma claridad. Aquellas huellas le hicieron recordar las piernas de mujer con sandalias que kilómetros atrás había creído ver  -quizá no fuera un espejismo-

Aproximadamente media hora después llegó hasta un collado, Coll de Pouet, así lo llamaban. Había cubierto prácticamente las tres cuartas partes de la subida, necesitaba recuperar fuerzas y parecía el lugar idóneo. Se sentó un una piedra y se secó las gotas de sudor que le cubrían la frente y la cara; el sol ya estaba alto y se hacía notar, no bebió nada pero había que aprovechar para comer algo de fruta  que le hiciera recuperar glucosa, lo iba a necesitar, aquel último tramo que restaba, el esfuerzo crecería notablemente,  el paraje se volvía sumamente rocoso y la subida se hacía tremendamente escarpada.  El melocotón estaba dulce y lo saboreó plácidamente con lentitud, estaba en su punto, mientras lo comía pensaba en la sencillez  y armonía de la naturaleza, era sabia, no necesitaba de nada externo a ella, se bastaba a si misma sin ninguna intervención ajena para mantener los equilibrios necesarios para la vida, era tan fácil, tan sencillo, sólo tendríamos que dejarnos llevar, formar parte de ella y el mundo sería algo muy distinto perfectamente válido y sostenible; sin embargo habíamos optado mancillarlo todo y en una especie de locura perversa intervenir para adaptarla a nosotros, como si eso fuera posible, que ilusos e irresponsables. Se interrogaba así mismo ante un dilema que no lo era, nunca lo ha sido ¿quién acababa con quién, nosotros con ella o ella con nosotros? cuando la respuesta es ambas cosas, poco a poco se está acabando todo…




Apuró el melocotón, miró la hora –vaya, ya era las dos de la tarde-  se preparó para iniciar aquel último tramo de aproximadamente una hora, empezó a subir aquel  camino rocoso y escarpado, el calor y la dificultad pronto empezaron a hacer mella, no era fácil y a menudo había que utilizar la manos para trepar, no obstante los asombrosos paisajes que se divisaban de otras cimas cercanas lo hacían mas llevadero, de vez en cuando paraba para recuperar y limpiarse el sudor y aprovechaba para mirar a su alrededor -es sorprendente todo está en un permanente cambio -se dijo- sentía fascinación cada vez que paraba para mirar el entorno, la altitud y la posición lo cambiaba todo como si estuviera en continuo movimiento, casi en cada momento se podían atisbar diferentes paisajes como si se hubiera trasladado a otra montaña sin darse cuenta. Ya había avanzado mucho cuando llegó a una especie de repecho rocoso o pared algo inclinada, no era muy alta, pero había que escalar para poder continuar, pensaba como acometer la escalada cuando de repente escuchó en lo alto de la pared una voz de mujer –¡hola!- le saludó- alzó la vista con sorpresa para mirar de quien se trataba, el sol le daba de lleno en los ojos y le deslumbraba, no podía verla, tan solo podía ver una confusa silueta que le contemplaba desde lo alto, pero si pudo ver con claridad que llevaba unas sandalias rojas, sintió como un estremecimiento recorría su cuerpo, no era un espejismo, era real…¡hola! exclamó precipitado, espera un momento a que suba por favor- trepó con rapidez aquella pared rocosa y una vez arriba miró a su alrededor, a todos los lados…ya no estaba, la chica de las sandalias rojas había desaparecido de nuevo...



¿Qué es lo que había en marcha en Oriente Medio? a que obedecía todo aquello, aquel incendio que se había precipitado concatenadamente en aquellos países donde como piezas de dominó se había convulsionado todo en tan poco tiempo El gobierno sirio estaba gaseando a los suyos, en Egipto los militares daban un golpe de estado y organizaban matanzas a los seguidores del gobierno depuesto y en el mundo occidental hacían sonar los tambores de guerra para controlar sus intereses en aquella zona ¿qué clase de mundo estábamos construyendo?  Que desviado está todo, y asistimos a ello amortiguados, atónitos e incapaces de reaccionar. Pensaba en todo aquello y se hacía esas preguntas y reflexiones casi sin darse cuenta mientras subía los últimos tramos hasta la cima, había pasado con dificultad una zona bastante complicada, y ahora ya casi arriba bordeaba la montaña pasando de la zona de la umbría por la que había subido, a la que daba al mar.

Faltaba ya muy poco. En su cabeza seguía rondando aquel extraño pasaje de la chica de las sandalias rojas, sentía una irremediable curiosidad por saber quien era y que demonios hacía por allí, era todo un enigma que quizá en cuando llegara arriba podría desvelarlo y comprender algo. A su derecha ya podía divisar el mar, notaba su brisa y un agradable cambio de temperatura, sintió alivio, el calor y el esfuerzo del tramo de la escalada le había dejado agotado. Por fin a su izquierda se presentaba un  pequeño trecho muy empinando de unos 100 metros donde le esperaba la cima. Llegó a ella con cierta  ansiedad, mirando hacia todos los lados esperando encontrar a aquella chica, no la había visto bajar y por lógica tenía que estar allí.  La cumbre era amplia y alargada, la recorrió mil veces de un lado para el otro mirando por las laderas y bordes de los barrancos de alrededor, pero incomprensiblemente ella no aparecía… Un sentimiento de decepción y pesadumbre se apoderó de él, no podía comprender aquello que se salía de toda lógica.  Suele haber en todas las cimas un buzón con un libro en su interior y un bolígrafo con los que los que logran coronar firman y escriben algunas palabras. Con incertidumbre y contrariado se sentó en una roca al lado del buzón, sacó la bolsa de almendras que llevaba en la mochila y llevándose una a la boca se quedó pensativo mirando al horizonte…



Eran una vistas muy bellas, solo había unas pocas nubes en el horizonte y el mar se forjaba plateado por la luz que le iluminaba, una bruma suave le restaba nitidez, una lástima, pues en días completamente despejados y claros desde aquella altura se podía divisar levemente la silueta de la isla de Ibiza. Acabó su puñado de almendras y con el libro de firmas entre las manos pensó que podía escribir en él, finalmente se decidió por algo que aún le quemaba dentro y escribió: “hasta aquí llegó un tonto en busca de unas sandalias rojas que no encontró”,  sonrió, se dispuso a olvidar el episodio y a iniciar la bajada al pueblo.



Se habían hecho las cuatro de la tarde y el sol aún apretaba algo, inició el descenso, sería menos penoso pero no exento de algunas dificultades -a veces las bajadas son mas peligrosas que las subidas y para descender por ciertos peñascos es necesario ir como los cangrejos, de pies y manos y hacia atrás- salvando algunos tramos dificultosos de este estilo, descendía tranquilo, incluso se permitía algunas licencias como entretenerse mirando los paisajes y la variada flora del camino y que durante el ascenso había pasado de largo debido a la dificultad;  podía observar algunas peculiaridades como higueras y algunos pinos que sorprendentemente y de forma salvaje habían crecido entre las grietas de las rocas a gran altura…El descenso transcurría con sosiego y deleitándose con un paisaje cambiante y distinto al que había contemplado subiendo. La zona rocosa y escarpada, aquella zona quemada de árboles fantasmales, esa zona árida con algarrobos, almendros y estupendas vistas, y la zona boscosa del comienzo, por todas ellas volvía a pasar de nuevo aunque disfrutando de un paisaje totalmente diferente y de otro color que cambiaba la perspectiva y la luminosidad del día; todo transcurría en armonía salvo algún resbalón desgraciado fruto de los guijarros sueltos que abundaban en el camino y se hacían mas peligrosos en el descenso. Casi sin darse cuenta llegó a la fuente de los siete caños desde donde había iniciado el ascenso de buena mañana, ahí estaban, con ese agradable ruido ensordecedor arrojando agua sin descanso. Volvió a repetir la misma operación que al comienzo, bebió agua, se mojó la cara y la nuca y bajó el último tramo hasta el pueblo.



Comprobó que eran las seis de la tarde, el cansancio se hacía presente, tenía algo de hambre y mirando a su alrededor se preguntó si habría algún sitio donde pudiera comer algo a esas horas –las costumbres de los pueblos son algo estrictas con respecto a los horarios de las comidas en los bares y a partir de determinada hora es difícil encontrar algún sitio para comer- A su derecha, cuesta arriba, vio un pequeño local de cuya pared salía una banderola o cartel que anunciaba:  “Comidas”, a secas; se dirigió al mismo  con decisión, al fin y al cabo no tenía nada que perder…Entró y mirando a su alrededor comprobó que no había nadie, todo estaba en silencio con la excepción de un sonido tenue de radio que parecía salir de detrás de una puerta con unas cortinas de tirantes donde se podía adivinar que detrás estaba la cocina. El local era pequeño pero con una decoración peculiar para tratarse de un bar de pueblo, eran pocas mesas pero todas distintas y peculiares de diferente tamaño, las acompañaban unos sillones tapizados en piel de color marrón, unos, y beige claro, otros. Ciertamente sorprendía y parecía un lugar con cierto encanto.

En esa distracción apareció un hombre de detrás de aquellas cortinas que le preguntó que deseaba. El que regentaba aquel local, era un hombre de unos treinta y tantos años y de origen francés. Dos años atrás había venido a España a pasar sus vacaciones, se enamoró de aquel lugar y entorno natural y ni corto ni perezoso decidió cambiar de vida, adquirió el Bar que en aquel momento se traspasaba junto con una vivienda situada justo encima de éste  y se quedó a vivir allí.  Sé que es un poco tarde –le dijo- pero acabo de bajar de la montaña y me gustaría comer algo ¿puede ser? “tout est possible”  contestó el francés con una sonrisa- Señalándole una de las mesas para que se sentara, desapareció detrás de las cortinas en la cocina. No le preocupó mucho no elegir, solo quería comer algo y de alguna manera confiaba en lo que le pudiera preparar aquel hombre. No se equivocó, el francés apareció poco después con un buen plato de pasta, trataba de unos tallarines con una salsa de pesto compuesta por albahaca triturada y una mezcla ligera de nata, queso parmesano y roquefort …”C´est ma spécialité, bon appétit “ …”merci,  mon ami”.


El francés con total confianza se sentó a su lado y empezaron a charlar animadamente como si se conocieran de siempre, y mientras el daba cuenta de aquel estupendo plato pasta, hablaban con naturalidad de muchas cosas, incluso de sus propias vidas y circunstancias, aunque de alguna manera irremediablemente siempre aparecía y se imponía como tema aquella montaña que embrujaba, y al parecer era protagonista de muchas historias. Mientras comía, le relató lo mucho que le fascinaba, y que casi cada año a pesar de la dificultad no podía dejar de subir, era como un ritual y una atracción irrefrenable la que sentía de fundirse y abrazarse a ella. El francés asintió, y  le comentó que comprendía perfectamente ese sentimiento, pues era una montaña ciertamente especial, evocadora de fantasía, sueños y magia, pero que, aun conociéndola bien, había que tener cuidado pues a veces habían sucedido cosas extrañas e inexplicables. Como ejemplo,  le relató un hecho ocurrido el año anterior sobre una extraña desaparición, se trataba de una joven que fascinada subió a la montaña, nunca bajó y nunca más se ha podido saber de ella a pesar de las muchas y continuas expediciones  y búsquedas que se habían realizado, nunca la encontraron…  entre los detalles que los familiares aportaron sobre la indumentaria que llevaba la joven, el mas llamativo era que ese día llevaba unas sandalias rojas…

3 comentarios:

  1. Un cuento encantador, a mi entender. Con buen ritmo, de ágil lectura, que mantiene el interés desde el comienzo hasta el final. Un final súbito, que deja ese sabor de sorpresa con la sensación de quien desea seguir leyendo...pero ya ha acabdo. Y eso, creo que es bueno.

    Sencillamente estupendo.

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  2. Una historia muy entrañable por su realidad y a la vez coincidencia con algunos de nosotros. Creo que a más de un lector le habrá ocurrido alguna de esas situaciones inexplicables y que siempre quedarán en una interrogación, a la vez de un sabor en nuestra alma de confianza y magia.

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