Publicado en el Diario Progresista el 02/10/2013
Aunque parece que lo coherente en el siglo XXI es que las monarquías fueran un tema superado, y no formaran parte del espectro y debate político; lo cierto es que siguen siendo una opción y una realidad como modelo de Estado.
Aunque parece que lo coherente en el siglo XXI es que las monarquías fueran un tema superado, y no formaran parte del espectro y debate político; lo cierto es que siguen siendo una opción y una realidad como modelo de Estado.
Las monarquías deberían
pertenecer al mundo del estudio y el conocimiento de la historia, donde
pudiéramos conocer o investigar como se organizaban aquellas sociedades y
Estados de la antigüedad, el medievo o el modernismo como tiempo más cercano a
nuestros días. Pero la realidad supera a toda lógica, y las monarquías no solo están
en el debate, sino que incomprensiblemente forman parte del paisaje cotidiano europeo,
donde aún no pocos países las han mantenido a lo largo de su historia hasta nuestros
días; incluso alguno como el nuestro, la ha restaurado imponiéndola como modelo
de Estado.
Lo cierto es que adaptarse al medio
siempre ha sido una garantía de supervivencia, y las monarquías han sabido
transformar su esencia para perdurar. Han sabido disfrazar su naturaleza,
oligárquica, feudal y absolutista, adquiriendo una apariencia democrática,
adaptándose a los tiempos y el parlamentarismo democrático que impera en el
mundo occidental europeo.
Sin embargo, como en todo lo que
no es originario, siempre termina aflorando su verdadera naturaleza, y el ensamble de Monarquía con Democracia, entra
en contradicciones esenciales que tienen difícil encaje. Baste constatar algo
tan simple como que “nada que no es elegido por los ciudadanos puede ser democrático”;
y los monarcas no se eligen, se suceden o heredan por una
suerte de derechos dinásticos, a la vez que aún hacen uso de aquella
legitimidad que en la antigüedad siempre tuvieron, es decir, reinan por la
gracia de Dios y no por la legitimidad de las urnas, por lo tanto no son
responsables ante ley, y esa circunstancia es democráticamente es insostenible.
Platón, en sus diálogos con
Sócrates, decía que “hasta tanto el poder político y el filosófico no
concuerden, las ciudades no tendrían paz”, y bajo mi punto de vista, solo